Una minoría dentro de una minoría

Discapacidad y diversidad sexual

Este sábado próximo pasado estuvimos en el desfile número 40 del Orgullo Gay de Madrid.
Además de disfrutar de un día dedicado a la diversidad, a la aceptación y a la integración, nuestra inquietud era comprobar de primera mano cuántos miembros de nuestro colectivo asistían a esta fiesta.
El clima fue genial, distendido, alegre, de personas divirtiéndose con la creatividad y el pensamiento expresados por quienes también estaban allí (sabemos que el arma más potente ante la adversidad ha sido siempre la creatividad), y todos aprendimos algo de los mensajes que cobraron voz a lo largo de la tarde.
Cuando hablamos de género y de sexo, de lo que estamos hablando es de la identidad de las personas.
Lo mismo ocurre cuando se habla de discapacidad (o como nos gusta decir aquí, de la llamada discapacidad): de lo que hablamos no es de enfermedades, de síndromes o de «las cosas que no se pueden hacer»; de lo que estamos hablando es de la identidad de las personas, de la identidad de un grupo grande de personas.
Nos resultó interesante asistir a este desfile, porque vemos muchos puentes, muchos paralelismos entre las diferentes «minorías» que han luchado y luchan por su lugar naturalmente merecido en la sociedad.
En general a todos nos une el deseo de pasar de la invisibilidad a la presencia activa.

Y entonces fue cuando nos pusimos a reflexionar un poco qué significa pertenecer a cualquiera de los colectivos LGTBI, y además tener una discapacidad.
Y al pensar en esto, fue cuando comprendimos el por qué, sobre un total de aproximadamente 700.000 asistentes, apenas nos pareció ver unas ¿40? personas pertenecientes a nuestro colectivo, sumando quienes desfilaban con quienes sólo habían asistido.
«Marcar en las dos casillas» es ser un salmón contra dos corrientes (como si una sola fuera poca cosa): quedar fuera de la heterosexualidad y del capacitismo dominantes, es quedarse verdaderamente fuera.
Es verse discriminado dentro de colectivos que a su vez son discriminados por el resto de la sociedad, además de venir ya invisibilizado por el sólo hecho de ser percibido como «no-capaz» de algo.

En síntesis, es extremadamente difícil ser y expresar quién exactamente se es, cuando por ejemplo se tiene problemas de movilidad y se ama a alguien del mismo género.
Si «salir del armario» siempre atemoriza por la posible falta de aceptación de quienes rodean a la persona que sale -cosa que hace efectiva su exclusión-, ¿cuánto más no costará este tránsito cuando se depende enormemente de ese entorno?
Y sólo por señalar un elemento más que atenta contra esta construcción y aceptación de identidad, tenemos la idea no expresada (pero tácitamente consensuada), de que la persona discapacitada es asexual, muy especialmente si hablamos de discapacidades intelectuales.

Realmente nos encantaría que el desfile de 2019 nos pusiera aún más orgullosos viendo a más personas de nuestro grandísimo colectivo presentes y libres, pero no es a éstas a quienes hay que empujar a salir, sino llamarnos a todos los demás a dejar de discriminar; a ser sencillamente buena gente…

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